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Lunes, 11 de marzo del 2019 
EL AGUA DE LAS LLUVIAS SE PIERDE EN LOS ARENALES… ¿Y SI HACEMOS RESERVORIOS MASIVOS ? 
Por: Segundo Serrato Sánchez.
Cuando las lluvias llegan al norte peruano –en temporadas normales y sin los excesos del fenómeno del Niño– los pobladores se llenan de júbilo, pues los ríos aumentan sus caudales y con ello crecen los pastizales para el ganado y se riegan naturalmente las pequeñas parcelas que sembraron. Pero cuando no llueve, la tristeza parece invadir no solo los rostros sino las tierras… la sequía afecta a todos; si no hay agua, no habrá pasto ni ganado, tampoco cabritos, cuajadas y quesillos; todo será escaso. ¿Y por qué en tiempo de lluvias no se almacena el agua que cae inútilmente en los arenales y campos áridos?
En mi larga carrera profesional, tuve oportunidad de laborar en poblados de Cajamarca, Ancash, Huánuco y Pasco, entre los 2000 y 4300 msnm., hasta donde me llevaron mis funciones. Constantemente afrontaba el peligro en los viajes interprovinciales que debía realizar entre Lima y mi destino, pero asumía el reto imaginando que hacía turismo de aventura, sobre todo al recorrer zigzagueantes trochas entre empinados cerros o cruzar las turbulentas aguas del Marañón y el Huallaga
Así, he observado a muchos campesinos –llamados “campeches” con desdén por los pobladores urbanos– cultivando sus pequeños lotes de terreno sobre las faldas de los cerros, construyendo sus laderas y zanjas de infiltración; arborizando y cuidando sus pastos naturales con la tecnología ancestral, no convencional. Los he visto fabricando pequeños reservorios en las alturas con geomembrana, aprovechando los puquiales que se alimentan anualmente de las lluvias. No importa si de aquellos manantiales brotan pequeños chorros, ellos saben cómo sacarle provecho.
Los comités conservacionistas son el pulmón de esos pequeños poblados, y Agrorural, la dependencia estatal (antes Pronamachcs) es la encargada de financiar y supervisar la construcción de estos almacenes de agua para incrementar la producción agrícola, pecuaria y forestal, obteniendo con ello no solo mejores ingresos económicos, sino también una alimentación balanceada.
El clásico saludo con un “inge” de inicio es usual; aunque no seas ingeniero hay que aceptar este acortamiento del título, pues la costumbre está demasiado arraigada y no hay forma de ir explicando a cada uno que esa no es tu profesión. Además, todo tiene que ver con el campo, todos hablan el mismo lenguaje; en mi caso, como hijo de agricultor y trabajando con ingenieros agrónomos, agrícolas, forestales, agroindustriales y mecánicos, estaba familiarizado con algunos términos agrarios y conocía de la actividad. Y, finalmente, porque como comunicador, debía conocer el tema para una mejor interrelación y desempeño.  
De manera que, en ese tiempo, con los “inges” transitaba por los cerros, de comunidad en comunidad, apreciando el trabajo de la población organizada en comités. Los pobladores unían su conocimiento ancestral a las técnicas modernas que les ofrecían los profesionales que los asesoraban para el almacenamiento del agua, y con ello finalmente lograban campos frondosos de papa, maíz, tarwi, trigo y otros productos alimenticios.
En aquellos recorridos por el ande no faltaban los cánticos de las pallas y las alegres comparsas animadas por bandas de músicos, con las que expresaban su agradecimiento a quienes compartían su experiencia y conocimientos académicos. Además de la música, alimento del alma, el reconocimiento venía también con portentosas pachamancas con una gran variedad de carne y papa cosechadas en la tradicional mink’a, costumbre del Imperio Incaico que se mantiene intacta.
LOS PUQUIOS DEL SUSTENTO
En los andes, las instalaciones de pequeños reservorios se repiten por años y esto quizás marca la diferencia en relación a la población costeña, sobre todo la afincada en las periferias de los ríos secos que recobran su caudal cada vez que se registran lluvias fuertes en las alturas. Ellos ven pasar el agua e incluso arrasar sus lotes en las crecidas de los aguaceros. El agua se llevó todo, dicen los afectados mientras buscan en las palizadas, la madera que sirve para volver a usarla.
Y son los medios de comunicación y las propias redes sociales las que se encargan de mostrarnos cómo a veces estos ríos se desbordan por algunas horas, interrumpiendo el tránsito, causando destrucción de casas, sembríos o ganado, incluso hasta la muerte de personas que en su afán de cruzar los afluentes, desafían la bravura de las aguas.
En la Panamericana norte son largas las hileras de vehículos que se forman cuando se desbordan los ríos y para ser más explícito citaré el caso del río Reque en Lambayeque, o de los llamados ríos secos que existen en Olmos y que  en los llamados “años buenos”, entre febrero y marzo, discurren con millones de metros cúbicos de agua desde las alturas de Cajamarca y Piura hasta los arenales sechuranos. Estos son el Olmos (una parte usada por Odebrecht), el Cascajal y el Querpón, que nace en las alturas de Ñaupe. Descienden muy cargados y cuando las precipitaciones son prolongadas se forma la laguna La Niña.
En esa zona se ha dejado de lado la práctica chimú que supo sacarle muy buen provecho a este recurso. Al este en la frontera de Piura con Lambayeque, hace 900 años, los Mochicas del norte construyeron un complejo arqueológico en Ficuar con un reservorio de las aguas del río Cascajal. Así las “guardaban” –como se dice en modismo local– para el riego de los productos agrícolas. Solo con agua de lluvia almacenada vivían tranquilos y sin apuros alimenticios.
Además, en otros villorios, con ladrillos de barro y un tejido de acueductos, los ancestros desviaron el agua de los ríos para irrigar sus pequeñas dotes, y aunque la historia nos refiere que la agricultura en pequeña escala fue la principal fuente de alimentación de las poblaciones afincadas en las periferias de los ríos, once siglos después vemos a decenas de familias quejándose de los años secos.
Entonces, ¿por qué hoy no se construyen pequeños reservorios para regar las tierras en tiempo de sequía y lograr con ello los alimentos básicos de la mesa familiar? Son territorios distintos me dijeron dos profesionales agrícolas a quien consulté para escribir esta crónica. Además, en esta zona norteña, el trabajo en conjunto no está muy arraigado y la muestra es de ello es que cuando les toca hacer limpieza de canales, prefieren pagar la multa antes de coger la palana y sudar la gota como lo hicieron sus antepasados.
La cultura mochica desapareció en el siglo VI por un Niño letal, pero del reservorio de Ficuar aún hay rezagos, y es de indicar que hasta aquí llegaron las primeras familias españolas en la migración del siglo XVI en busca del agua para la siembra de las semillas que ellos transportaron.
Entonces, si los ancestros lo hicieron, por qué no recogemos esas experiencias y dejamos de lamentarnos en los años de estío. ¿Los agricultores y campesinos norteños serán capaces de tomar el ejemplo de los “campeches” andinos? ¿Alguna autoridad puede hacerlo? Es posible, pero por ahora cada Enero hay que seguir dependiendo de las lluvias, de los cambios de la luna y de las nubes cargadas que suelen esperarse con los dedos cruzados.

Interesante propuesta del periodista olmano Segundo Serrato Sánchez.
(Foto: Difusión)

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